Reflexiones de un Abogado.

Reflexiones de un Abogado.

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Cuando uno comienza la carrera, ansía el día en el que pueda desempeñar la abogacía. Lo que nos hace buenos o malos abogados es el tiempo que dedicamos a aprender fuera de la Universidad, en la práctica misma, viendo, escuchando y colaborando con aquellos que años antes que nosotros lo vienen haciendo, buscando buenos líderes y maestros que serán nuestros mentores en la vida profesional de ahora en adelante.
Por eso, hay algunas de las cosas que quiero compartir. En nuestra profesión, las emociones positivas son relativamente escasas y poco duraderas. No seamos ingenuos y queramos exigir a la profesión lo que no puede darnos permanentemente. Habrá sinsabores, decepciones y frustraciones… Por eso, cuando se produzcan los tan ansiados éxitos profesionales, que mejor que disfrutar y celebrar estas conquistas; eso sí, con la debida moderación, pues aquí no hay respiro.
La felicidad no se encuentra en el destino, sino en hacer el camino. Hagamos pues de nuestro trabajo diario, formado por acciones destinadas a lograr diferentes objetivos (negociaciones, dictámenes, juicios, etc…), una fuente de satisfacción y disfrute que nos permitan alcanzar con la máxima preparación el objetivo deseado.
Un abogado que está preocupado constantemente por lo que podrá ocurrir en el futuro respecto a sus asuntos tendrá garantizada una dosis perpetua de infelicidad. Temer futuros acontecimientos vinculados a los asuntos excede de la máxima prudencia que debemos disponer. Durante el camino, hay que preocuparse y ocuparse de las acciones que llevamos a cabo, pero hemos de alejar de nuestra imaginación todo miedo a situaciones que, a la hora de la verdad, no se suelen producir.
Un despacho se construye poco a poco, empezando con pequeños asuntos para ir creciendo en importancia con el transcurso del tiempo. Una vez consolidados, todos los asuntos van a tener relevancia, especialmente en los momentos de crisis. Hemos de ser conscientes de nuestra obligación de no perder el Norte y, con los pies en el suelo, atender debidamente lo pequeño, dedicando el tiempo y atención que merece.
Hagamos lo que hagamos durante nuestra actividad profesional, siempre hemos de estar plenamente focalizados en lo que hacemos, lo que supone que hemos de aprender a gestionar adecuadamente nuestro tiempo y dominar las técnicas para la organización de nuestro trabajo. Si hacemos las cosas como si fuéramos robots, perdemos las sensaciones y con ello el valor de lo que hacemos. Fuera del trabajo, hay que hacer lo que nos guste y olvidarnos de todo lo demás (incluido, el trabajo).
En nuestra profesión lidiamos con emociones y sentimientos encontrados de forma permanente. No obstante, nosotros, como abogados, no podemos dejarnos llevar por esta marea negra que ciega a veces a los clientes. El desprecio al contrario o a su abogado, es, valga la redundancia, despreciable y, con ello solo logramos hacer un flaco favor a la Justicia y a nosotros mismos.
El abogado debe mantener un alto nivel de relaciones tanto a nivel personal como profesional. No cabe duda que cuidando y acrecentando las relaciones, el camino de la profesión será más agradable, dentro de la dificultad, y más productivo.La imaginación, reservémosla para ser creativos en nuestro trabajo o para imaginar lo que nuestro contrario va a argumentar o proponer, olvidándonos de malgastar el tiempo en conjeturar desgracias asociadas a nuestros casos.
En los periodos de descanso hemos de desconectar y dejar de dedicar tiempo a pensar en el futuro y a iniciar futuros proyectos. Hay que descansar, relajarse y recargar las baterías. Aproveche las vacaciones y el tiempo libre para invertir menos y colmar el déficit de mantenimiento de uno mismo. ¡Todo un mantenimiento!
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